25.11.11

De indignados a cómplices: 2a parte


La corrupción evidenciada en México ha generado, en palabras de Denise Dresser: 

Una indignación necesaria. Produciendo un enojo saludable. Provocando -también- una obsesión contraproducente con la corrupción.

Una obsesión que se convierte en el gran distractor, en una cortina de humo que oscurece problemas más profundos. La corrupción se vuelve el diagnóstico nacional para entender todo aquello que está mal. Y se recurre a ella como razón principal para justificar la parálisis.

Pero como argumenta Moisés Naim -editor de Foreign Policy- la obsesión con la corrupción puede ser una mala medicina para un país enfermo. Porque la condena a los culpables se convierte en curita. Porque la crítica a los corruptos permite la catarsis pero poco más.

Es innegable que la corrupción lastima. Es cierto que la corrupción ofende. Es obvio que la corrupción tiene costos y el páis los paga. Es claro que la corrupción debe ser combatida y castigada. Pero es síntoma de males más complejos y más difíciles de curar: instituciones débiles, rendición de cuentas inexistente, capitalismo rapaz. Y la obsesión con la corrupción puede distraer la atención de donde tendría que estar centrada: en todo aquello que México tiene que hacer para modernizarse. 

Hasta aquí las reflexiones de Denise Dresser en su libro reciente -El País De Uno-.

Ahora bien, ¿Con qué nos quedamos, ciudadanos inquietos e insatisfechos con el estado de las cosas para no sólo permanecer en la indignación y el enojo, espectadores resentidos y terminar sumidos en las quejas, la pasividad, el parálisis y la desesperanza? 

Con el afán de cambiar la conversación, desde hace unas semanas en diferentes foros se ha plantado la siguiente pregunta: Estamos hartos de la corrupción pero... ¿Qué queremos en lugar de la corrupción? 

Las respuestas que hemos escuchado giran en torno a los conceptos de respetoresponsabilidad y acciones concretas. Vean algunos fragmentos de respuestas publicadas en Facebook el 17 de noviembre: respetar y hacer respetar las leyes que nos rigen... algo tan sencillo como respetar los límites de velocidad y no sentirse por encima de los reglamentos en cualquier ámbito... que si no cumplimos, habrá consecuencias... ganas de hacer las cosas BIEN... compromiso responsable con el metro cuadrado en el que te encuentres... que todos hagamos muy bien lo que nos toca hacer... http://www.facebook.com/#!/miguel.desimone 

Margaret Wheatley en su libro -Turning to one another-  dice, "El remedio para la desesperanza no es la esperanza. Es el descubrimiento de qué queremos hacer ante algo que nos importa."

En ese, "¿qué queremos hacer?" ante la corrupción, además de las respuestas captadas, he encontrado espacios de "acción" junto con otras personas que han renovado mi sentido de esperanza. Las acciones que he "descubierto" están orientadas a la rendición de cuentas y la participación ciudadana

Aunque hay muchas iniciativas ciudadanos, los grupos a que me refiero y conozco más de cerca son: Integradora de Participación Ciudadana, Consejo Ciudadano a la Contraloría y La Red para la Rendición de Cuentas. Los tres se han aliado formalmente para impulsar la rendición de cuentas y la participación ciudadana

El término, "Rendición de Cuentas" no es muy común. Para mí evoca imagenes de la puesta en práctica de principios y formas de trabajar y actuar que facilitan la entrega de resultados transparentes y congruentes con los objetivos y responsabilidades de cualquier proyecto o función que nos haya sido encomendada. O sea, entregar buenas cuentas, habiendo sido responsable y productivo con lo que me fue encargado. 

Cualquier ciudadano sin distinción de labores, sea empleado, proveedor, cliente, campesino, comerciante puede ser cómplice del cambio al promover prácticas, procedimientos y negociaciones productivas con la consciencia y la convicción que "entregar buenas cuentas" dignifica el trabajo, las instituciones, las personas y su comunidad.

Este cambio no vendrá de arriba, de los dirigentes, va a venir de la "participación ciudadana". Veamos como inicia Sergio Aguayo su ensayo -La hora ciudadana-: 

Pese a lo deteriorado de la situación y a lo generalizado de las quejas existen motivos para la esperanza.

Y termina con esta reflexión:

Es de justicia elemental que la sociedad exija el lugar que le corresponde porque lográndolo se justifica la esperanza. Ello requiere de un cambio de actitudes en las y los ciudadanos conscientes. En lugar de quejarse tanto, mejor organizarse para influir en la vida pública. En uno de los momentos más negros de nuestra historia es cuando más oportunidades existen. Es la hora ciudadana.
(Reforma. 28 de septiembre de 2011).

A final de cuentas, en esta "hora ciudadana" con tantas oportunidades de participar, el movimiento de una postura de indignado a una de cómplice activo del bienestar comunitario, es una decisión libre y personal. Esto no es algo nuevo. Alexis de Tocqueville -historiador y politólogo francés del siglo 19- referiéndose a la consciencia ciudadana escribió: 

Cada persona, retirada dentro de sí misma, se comporta como si fuera un extraño frente al destino de todos los demás. Sus hijos y sus buenos amigos constituyen para él la totalidad de la especie humana. En cuanto a sus relaciones con sus conciudadanos, puede mezclarse entre ellos, pero no los ve; los toca, pero no los siente; él existe solamente en sí mismo y para él solo. Y si en estos términos queda en su mente algún sentido de familia, ya no persiste ningún sentido de sociedad.
    Continuará....

    1 comentario:

    1. Muy buena reflexión George,

      Me invita a pensar que es el egoismo la barrera a superar.

      Federico

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    Gracias por participar en este esfuerzo, George